
Daniel Alfredson, realiza la segunda y tercera entrega de la saga Millenium, después de que Neils Arden Oplev la iniciara con Los hombres que no amaban a las mujeres. Reconozco que tenía mucho interés por conocer la forma de hacer del hermano de Tomas Alfredson, cuya película Déjame entrar, no dejó indiferente a nadie ( ha sido comentada en este blog). Daniel es un poco más cálido que su hermano, y sus texturas granuladas, la saturación del color y edición me ha recordado algo a Gus Van Sant; el filtrado azul sugiere ese sol de medianoche, ese atardecer que nunca termina. El ritmo es tranquilo, esteticista y para algunos críticos, excesivamente televisivo. Ambos hermanos proceden de este medio, en el que Daniel ya había triunfado.
La segunda entrega de Millenium, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, basada en la obra de Stieg Larsson, decae respecto a la primera, en la que se construye muy bien el triángulo de la violencia diseñado por Galtung: violencia institucional y estructural, violencia cultural y violencia de género.
Esta trae a colación el comercio sexual de mujeres procedentes del este de Europa y desvela el origen ruso del padre de Lisbeth Salander (Noomi Rapace), espía de los servicios secretos soviéticos que, proced

Sea cual sea la calidad artística de este filme, me admira la capacidad que tienen estos pueblos para analizar su historia reciente sin sobresaltos y denunciar las dificultades que tienen periodistas, escritores o cineastas para reflexionar sobre entramados financieros, comercio carnal y corrupción institucional. A la par nos muestra que, como denuncia Tarkovsky, la ignorancia de buena parte del pueblo, que es su mayor enemigo, produce grandes daños a sus víctimas. Pero, como todos podemos caer en la pobreza por múltiples causas, la tela de araña acaba atrapándonos tarde o temprano.
Quienes desde un centro educativo hemos tenido la oportunidad de convivir con jóvenes procedentes de centros de acogida o de otras instituciones cerradas. conocemos la dificultad, el miedo a querer de estos jóvenes que muchas veces, ante las carencias de la justicia, especialmente con los que no tienen recursos, no tienen más oportunidad que moverse en la frontera de lo lagal. Tras experimentar con estos adolescentes, creo que Lisbeth es un personaje bien elaborado.
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