diumenge, 25 d’abril del 2010

Tolerancia ante el velo en las aulas valencianas


Detrás del atuendo o manifestaciones externas de los adolescentes hay múltiples causas muy difíciles de ser sometidas a análisis simplistas como los que pululan estos días; no estamos a favor de prohibir porque potencia la resistencia de los jóvenes y como derivada el apoyo de sus padres.

La actitud de unas jóvenes puede alimentar luchas partidistas, programas millonarios en las televisiones en las que se debaten los problemas a gritos, entre colaboradores sin formación alguna sobre nada de lo que hablan. Cuando muchos de estos jóvenes observen las consecuencias de la rebelión de estas chicas y el protagonismo que han alcanzado, no es cuestionable que tenderán a reproducirlo.

El miembro de la Permanente de Directores que opina en el Diario Levante puede situarse sin pretenderlo en el cráter de un volcán a punto de explosionar. Cree que no se debe prohibir el uso de atuendos tradicionales mientras se permite que otros alumnos lleven medias rotas, uñas pintadas de negro, gorras...; ignora que sí se han producido problemas en IES de la Comunidad Valenciana cuando, basándose en el reglamento de régimen interno o el simple criterio de algún profesor que considera una falta de respeto que los alumnos lleven gorras o la capucha de la sudadera cubriendo su cabeza en clase y han intentado prohibirlo, la reacción ha sido la de considerarse agrerdidos psicológicamente, ya que dichas prendas refuerzan su autoestima (nuestra sociedad lo psicoanaliza todo ). Generalmente los jóvenes se integran en tribus urbanas (punkies, hippies, skins, siniestros...) como actos de rebeldía frente a una sociedad que, al contrario que en otros tiempos, les ha privado de todo protagonismo. Buscan una estética de lo feo, lo agresivo, frente a un mundo que intenta rodearse de cosas "bellas", caras, y que claramente los margina y les limita el acceso a dichos bienes. ¿Les parece ésto superficial? Que tengan en cuenta que los jóvenes de hoy serán los hombres de mañana y está por ver cómo se integrarán en la sociedad.

Yo he conocido a jóvenes que se han rasgado las camisas de unos uniformes que les imponían sus padres o que llevaban faldas, teóricamente decorosas, mucho más cortas de lo que aconseja la moral que las aconseja, con efectos visuales contrarios a los deseados; todos lo hemos tolerado. Los profesores sufren constantemente ataques sociales a su labor, y luego hipócritamente se hacen campañas para legislar sobre su autoridad. Pero estas gentes no se han de meter en las aulas ni compartir su tiempo entre educar en habilidades sociales e impartir los conocimientos que la sociedad les exige.

Como decía el único cuerdo-loco en la película Revolutionary road para jugar a casitas hay que trabajar y para jugar a casitas bonitas hay que trabajar en algo que no te guste. La protagonista sucumbe ante unos usos condicionamientos y restricciones que no acepta, pero que son irremediables. El mayor coto a la libertad de las personas es de orden económico. Lanzar un mensaje diferente a los jóvenes puede ser muy peligroso.

Esto no se puede confundir, como dice Amelia Valcarcel, con signos sociales de ideologías religiosas dominantes, en los que como mínimo siempre cabrá la duda de si el joven actúa con libertad o coaccionado por usos sociales de la cultura a la que pertenece. De hecho hay muy poca diferencia entre el hiyab y el velo de las monjas y sus ropas hasta los pies; que no se jacten de que éstas últimas lo eligen libremente, sino que la religión, en el mundo occidental, ha retrocedido por la via de los hechos, y corresponde a sus expertos analizar las causas.

Atacar el hiyab, como uso de una cultura bárbara y extranjera, introduce más confusión en el tema. Ayer, en el programa de "La Noria", se puede asistir al espectáculo bochornoso de un virulento enfrentamiento entre dos figuras mediáticas: Pilar Rahola y Maria Antonia Iglesias, acusándose constantemente de demagógas, sionistas...; cada una defendía una parte del problema y todos tenían un poco de razón, pero su razón era oportunista en algunos casos y expresada de forma grosera y fragmentada por constantes interrupciones, que generalmente más que interpelaciones eran insultos. Mal ejemplo para los educandos.

Todo el mundo tiene sus razones para llevar un hiyab, un velo, una toca, un gorro, una cresta, un pantalón roto, o un uniforme, traje con corbata o vaqueros. Si hablamos de libertad sería interesante saber cuál de estos signos externos de pertenencia a un grupo es adoptado libremente o provocativamente por un joven; y si mantenemos esta postura es preferible optar por la tolerancia general, dejar de hablar de decoros y otras tonterías de este tipo, porque lo más peligroso, lo que puede correr como la pólvora, es convertir en héroes nacionales a los que pogan en jaque a toda una comunidad educativa, doblegarla, salir todos los días en la prensa y en la telebasura, e incluso asesorar a grupos políticos sobre cualquier tema (padre de Mari Luz o profesor Neira), con tan sólo entrar en clase con una capucha (siempre que no le tape la cara), una mantilla, un bañador, una pamela o lo que le venga en gana. Los jóvenes imitan, como lo ha hecho las propias compañeras de Najwa, y como mañana lo harán otros muchos, y desde luego no les habremos ayudado a integrarse y liberarse por la propia evolución que siempre favorece la educación.



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