Todd Solondz, profesor adjunto de dirección y escritura de cine de la Escuela de Artes de la Universidad de New York, ha realizado filmes muy comprometidos como Palindromes o Happines, que Carlos Boyero califica de cruel, inquietante y sórdida. Supone un retrato de la burguesía americana centrado en una familia compuesta por un matrimonio en crisis, sus tres hijas, sus maridos y amantes y otros personajes que giran en torno a ellos.
Solodonz, que financia gran parte de sus filmes, es sin duda un misántropo, al que no le debe gusta mucho la gente, y crea un universo poblado de seres maltratados por su fealdad física y sus perversiones; es un storyteller al que no le gustan los finales felices, porque quizás en la realidad no lo son. Nada es demasiado duro ni excesivamente feliz, las mayores atrocidades se producen en el tono sofocado y ensombrecido que se dan en la vida cotidiana.
Cada una de las hermanas representa un prototipo con sus luces y sus sombras: la bien casada, con un marido psiquiatra, una casa de clase media y unos niños bien criados; la mediana es la guapa escritora,solicitada por multitud de amantes, que descubre que en sus libros no narra ni una sola historia que haya experimentado alguna vez; la pequeña es una pobre chica fracasada, que no ha conseguido un título universitario, no se ha casado, y compone canciones estilo cumbayá con su guitarra. No tiene suerte con sus amantes y las hermanas la tratan con paternalismo malicioso.
En torno a la guapa escritora hay hombres narcisistas y un vecino que la acosa por teléfono. En este mundo de pervertidos, traumatizados, macarras rusos, etc., hay una historia realmente atroz, que desgraciadamente es de actualidad en toda la prensa mundial y crea alarma social entre la población: el abuso sexual ejercido sobre menores. El psiquiatra, honrado padre de familia, que ayuda a los demás a superar sus traumas, es un pederasta irredento. Pero lo más feroz de la historia es que retrata a una familia burguesa autocomplaciente, que ha establecido la costumbre de comunicarse todo entre sí, y cuando su hijo, un niño de nueve o diez años, le hace preguntas sobre las acusaciones que pesan sobre él le contesta con total naturalidad y precisión, no sin pesar, sus perversiones.
En este caso se trata de niños que aún no han definido su sexualidad y que en principio no contemplan el hecho en toda su magnitud. Muchos niños, como mostraba Levinson en Sleepers vivirán el resto de su vida llenos de odio y deseos de venganza, pero nuestro personaje es psiquiatra y elige bien a sus víctimas. Muchos de estos desaprensivos cuentan con el silencio de las víctimas y la vergüenza de confesar las agresiones.
El film es muy duro y cruel y aconsejable sólo para personas maduras, aunque el tono sea en cierta medida irónico y en algunos momentos cómico. Es precisamente esta aparente normalidad la que lo hace más revulsivo y contestatario. No hay una sola imagen de estos abusos.
Solodonz, que financia gran parte de sus filmes, es sin duda un misántropo, al que no le debe gusta mucho la gente, y crea un universo poblado de seres maltratados por su fealdad física y sus perversiones; es un storyteller al que no le gustan los finales felices, porque quizás en la realidad no lo son. Nada es demasiado duro ni excesivamente feliz, las mayores atrocidades se producen en el tono sofocado y ensombrecido que se dan en la vida cotidiana.
Cada una de las hermanas representa un prototipo con sus luces y sus sombras: la bien casada, con un marido psiquiatra, una casa de clase media y unos niños bien criados; la mediana es la guapa escritora,solicitada por multitud de amantes, que descubre que en sus libros no narra ni una sola historia que haya experimentado alguna vez; la pequeña es una pobre chica fracasada, que no ha conseguido un título universitario, no se ha casado, y compone canciones estilo cumbayá con su guitarra. No tiene suerte con sus amantes y las hermanas la tratan con paternalismo malicioso.
En torno a la guapa escritora hay hombres narcisistas y un vecino que la acosa por teléfono. En este mundo de pervertidos, traumatizados, macarras rusos, etc., hay una historia realmente atroz, que desgraciadamente es de actualidad en toda la prensa mundial y crea alarma social entre la población: el abuso sexual ejercido sobre menores. El psiquiatra, honrado padre de familia, que ayuda a los demás a superar sus traumas, es un pederasta irredento. Pero lo más feroz de la historia es que retrata a una familia burguesa autocomplaciente, que ha establecido la costumbre de comunicarse todo entre sí, y cuando su hijo, un niño de nueve o diez años, le hace preguntas sobre las acusaciones que pesan sobre él le contesta con total naturalidad y precisión, no sin pesar, sus perversiones.
En este caso se trata de niños que aún no han definido su sexualidad y que en principio no contemplan el hecho en toda su magnitud. Muchos niños, como mostraba Levinson en Sleepers vivirán el resto de su vida llenos de odio y deseos de venganza, pero nuestro personaje es psiquiatra y elige bien a sus víctimas. Muchos de estos desaprensivos cuentan con el silencio de las víctimas y la vergüenza de confesar las agresiones.
El film es muy duro y cruel y aconsejable sólo para personas maduras, aunque el tono sea en cierta medida irónico y en algunos momentos cómico. Es precisamente esta aparente normalidad la que lo hace más revulsivo y contestatario. No hay una sola imagen de estos abusos.