Auguste Villiers de L'isle-Adam , autor de La Eva futura (1880), construye una fábula en torno al legendario personaje de Edison, que representan una ideología reaccionaria de las relaciones entre los dos sexos, cuyo interés reside en su contribución a la comprensión de la futura Institución.
Todas las historias de cine conceden, según Noël Burch, su atención a esta novela juzgada como profética, porque deduce de la más célebre invención de su héroe (Edison), el fonógrafo, la que todavía iba a hacerle más célebre: el cine.
La sustancia más notable para el futuro de la representación de esta obra, variante falócrata del complejo de Frankenstein, constituye una metáfora del funcionamiento imaginario de la futura Institución.
Cuando Edison, para impedir el suicidio de su viejo benefactor, el dandy inglés Lord Ewald, consigue reemplazar a su amante Alicia, mujer de perfecta belleza, pero de alma vil, por Hadaly, la androide, mujer artificial, pero igualmente bella y que refleja perfectamente el deseo del hombre, Ewald se siente horrorizado, pero acabará por rendirse a las razones del androide, convertido en sosias de esa otra mujer cuya mente contradice al cuerpo:
" ¿Quién soy yo? -le apunta Hadaly -. Un ser de ensueño...que se despierta a medias en tus pensamientos - y cuya sombra saludable puedes disipar con uno de tus bellos razonamientos que no te dejarán, en mi lugar, más que el vacío y el doloroso tedio, fruto de su pretendida verdad. Oh, no despiertes de mí, no me expulses, bajo un pretexto que la ciega razón, que sólo puede aniquilar, ya te apunta en voz baja...Quién soy yo, te preguntas. Mi ser, aquí abajo, al menos, no depende más que de tu libre voluntad. Atribúyeme el ser, afírmate que soy, refuérzame contigo y de pronto estaré totalmente animada, a tu mirada, del grado de realidad con el que me habrá penetrado tu Buen Deseo creador." (La Eva futura. París, José Corti, 1977, pág. 337)
¿Cómo no pensar en el cuerpo femenino entregado como pasto por los primeros cineastas a la fantasía masculina ? (Nöel Burch, El tragaluz del Infinito. Cátedra, 1987, pág. 49 ). Haciendo de Edisón el campeón de su propia crítica de la era burguesa en nombre de un aristocrático paraiso perdido, Villiers incurre ( irónicamente, sin duda) en un contrasentido histórico, puesto que Edison, el avispado hombre de negocios, era todo un hombre de su tiempo, que, mientras espera la obra filmada, no duda en permitir a unos asociados que apunten a los muy malfamados ( e ilegales) combates de boxeo, a fin de beneficiarse de los primeros éxitos de taquilla que hayan conocido las imágenes animadas.
Esta es la gran paradoja del hombre de negocios burgués, que sólo debía pillar desprevenidas a las masas ignorantes, que aprenden apenas a leer, pero nunca será capaces de descodificar imágenes o mensajes verbales más o menos complejos. Es un pecado en un teórico "intelectual"
Todas las historias de cine conceden, según Noël Burch, su atención a esta novela juzgada como profética, porque deduce de la más célebre invención de su héroe (Edison), el fonógrafo, la que todavía iba a hacerle más célebre: el cine.
La sustancia más notable para el futuro de la representación de esta obra, variante falócrata del complejo de Frankenstein, constituye una metáfora del funcionamiento imaginario de la futura Institución.
Cuando Edison, para impedir el suicidio de su viejo benefactor, el dandy inglés Lord Ewald, consigue reemplazar a su amante Alicia, mujer de perfecta belleza, pero de alma vil, por Hadaly, la androide, mujer artificial, pero igualmente bella y que refleja perfectamente el deseo del hombre, Ewald se siente horrorizado, pero acabará por rendirse a las razones del androide, convertido en sosias de esa otra mujer cuya mente contradice al cuerpo:
" ¿Quién soy yo? -le apunta Hadaly -. Un ser de ensueño...que se despierta a medias en tus pensamientos - y cuya sombra saludable puedes disipar con uno de tus bellos razonamientos que no te dejarán, en mi lugar, más que el vacío y el doloroso tedio, fruto de su pretendida verdad. Oh, no despiertes de mí, no me expulses, bajo un pretexto que la ciega razón, que sólo puede aniquilar, ya te apunta en voz baja...Quién soy yo, te preguntas. Mi ser, aquí abajo, al menos, no depende más que de tu libre voluntad. Atribúyeme el ser, afírmate que soy, refuérzame contigo y de pronto estaré totalmente animada, a tu mirada, del grado de realidad con el que me habrá penetrado tu Buen Deseo creador." (La Eva futura. París, José Corti, 1977, pág. 337)
¿Cómo no pensar en el cuerpo femenino entregado como pasto por los primeros cineastas a la fantasía masculina ? (Nöel Burch, El tragaluz del Infinito. Cátedra, 1987, pág. 49 ). Haciendo de Edisón el campeón de su propia crítica de la era burguesa en nombre de un aristocrático paraiso perdido, Villiers incurre ( irónicamente, sin duda) en un contrasentido histórico, puesto que Edison, el avispado hombre de negocios, era todo un hombre de su tiempo, que, mientras espera la obra filmada, no duda en permitir a unos asociados que apunten a los muy malfamados ( e ilegales) combates de boxeo, a fin de beneficiarse de los primeros éxitos de taquilla que hayan conocido las imágenes animadas.
Esta es la gran paradoja del hombre de negocios burgués, que sólo debía pillar desprevenidas a las masas ignorantes, que aprenden apenas a leer, pero nunca será capaces de descodificar imágenes o mensajes verbales más o menos complejos. Es un pecado en un teórico "intelectual"
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