Andrei Tarkovski tuvo una vida no demasiado larga, algo más de medio siglo (1932-1986), pero se le dio el tiempo suficiente para dejarnos uno de los testimonios más poéticos y entrañables: la nostalgia de la madre, de la patria, de su casa, de su fiel perro (con el que incluso hablaba por teléfono). Dos películas ponen el acento en la ausencia de lo perdido y del sacrificio que ello conlleva: Nostalgia (1983) y El espejo (1974), aunque todas ellas forman un puzzle del que no podemos quitar una pieza sin que quede incompleto.
En El espejo, película autobiográfica, el protagonista, encarnado por Oleg Yankovski, narrador y auténtico protagonista, sólo ocupa dos planos casi subliminales. Como una mancha del test de Rorschach, presente y pasado se desdoblan a través del espejo, y sólo aparece el personaje, Alexei, en forma de niño de cinco años (Philip Yankovski) y de niño de doce (Ignat Daniltsev), aunque en el film se le llama siempre Ignat, al menos en la traducción del ruso, no siempre de fiar. Oleg Yankovski aparece desdoblado en padre e hijo (Alexei), y Margarita Terékhova en madre y esposa de Alexei. Hay un plano muy inquietante en el que Ignat se mira en el espejo, mientras un travelling nos acerca su imagen; un salto de eje nos devuelve la visión de Ignat desde la perspectiva del espejo. El presente inasible se mezcla constantemente con el pasado en forma de sueños o recuerdos.
La nostalgia de Alexei es la de la evocación del tiempo perdido; mira siempre a su madre, cuya imagen identifica con la de su esposa para volver a ser y sentirse niño y pensar que tiene una vida por delante en la que todo es posible. Su generación fue testigo de la Guerra de España y la llegada de los niños españoles a Rusia, de la Guerra Mundial, y de las bombas atómicas de Hirosima y Nagasaki. Esa nostalgia de la madre, la tierra, la casa será una constante en sus películas, pero, al fin, perdida la esperanza de volver a su patria le llevará en Sacrificio a quemarla, igual que quema un espejo y todo lo que ello significa en la película que ahora comentamos. Rompe así con sus raíces; detectada la enfermedad que le produjo la muerte, su mujer que acudió a Suecia para ayudarle, no pudo reunir a sus hijos, y sólo ya en los últimos momentos, las autoridades soviéticas concedieron el permiso a su hijo, Andriushka, para que estuviera con su padre en las postrimerías de su vida.
Es patente la influencia que dejó en él su paso por Italia, con constantes referencias al arte renacentista y especialmente a Leonardo da Vinci. En sus obras abundan planos de detalle que son auténticos bodegones de gusto italianizante. Tarros de cristal llenos de leche, tanto en la casa del médico de El espejo, cuya mujer es interpretada por la esposa de Tarkovski, L.Tarkovskaia, como en la más lujosa de Sacrificio; el caro líquido se derrama ante los ojos hambrientos de Ignat, de pies descalzos.
Como decía Bergman, Tarkovsky hace travellings en todas las escenas, no tiene la cámara quieta un minuto, técnica imitada por autores actuales como Lars Von Trier, que le dedica su última película, Anticristo. Pero en el director ruso se convierte en auténticos planos- secuencia que integran el interior, escasamente iluminado, con el exterior en el que eclosiona una brillante naturaleza, que en ocasiones se convierte en una grisácea amenaza. En muchas ocasiones ese travelling nos conduce, como por un túnel inquietante, al mundo de los recuerdos, los sueños, que en él, según afirma su mujer, no tiene carácter simbólico, aunque los colores se cargan de significado y se van degradando hasta quedar reducidos a un binomio blanco-negro que evoca su estado de ánimo.
Los interiores de las casas marcan la decadencia de un régimen, desde las confortables de madera, sencillas pero agradables, hasta las residencias urbanas, que conservan algo de su pasado noble en sus paredes desconchadas y en unas cortinas que parecen colgajos; la ausencia o escasez de muebles, aunque nunca falta un armario de luna, aumenta esa sensación de frialdad y vacío de un sistema que había parado su locomotora y empezaba a desvencijarse. En la pared de la casa de Alexei cuelga un cartel de Andrei Rublev, autorreferencia de su propio cine.
Para todos nosotros, no sólo nuestros alumnos, debe ser motivo de una profunda reflexión sobre lo que suponen las guerras y las dictaduras, que arrancan las raíces de los hombres y los lanzan a un triste exilio, produciéndoles heridas incurables. Tarkovski nunca volvió a su tierra, ni volvió a ver a su madre, a la que dedica Nostalgia. Tod@s debemos aprender esta forma de expresar y representar la realidad, no sólo para crear obras inmortales, sino para contribuir a la felicidad de los seres humanos.
En El espejo, película autobiográfica, el protagonista, encarnado por Oleg Yankovski, narrador y auténtico protagonista, sólo ocupa dos planos casi subliminales. Como una mancha del test de Rorschach, presente y pasado se desdoblan a través del espejo, y sólo aparece el personaje, Alexei, en forma de niño de cinco años (Philip Yankovski) y de niño de doce (Ignat Daniltsev), aunque en el film se le llama siempre Ignat, al menos en la traducción del ruso, no siempre de fiar. Oleg Yankovski aparece desdoblado en padre e hijo (Alexei), y Margarita Terékhova en madre y esposa de Alexei. Hay un plano muy inquietante en el que Ignat se mira en el espejo, mientras un travelling nos acerca su imagen; un salto de eje nos devuelve la visión de Ignat desde la perspectiva del espejo. El presente inasible se mezcla constantemente con el pasado en forma de sueños o recuerdos.
La nostalgia de Alexei es la de la evocación del tiempo perdido; mira siempre a su madre, cuya imagen identifica con la de su esposa para volver a ser y sentirse niño y pensar que tiene una vida por delante en la que todo es posible. Su generación fue testigo de la Guerra de España y la llegada de los niños españoles a Rusia, de la Guerra Mundial, y de las bombas atómicas de Hirosima y Nagasaki. Esa nostalgia de la madre, la tierra, la casa será una constante en sus películas, pero, al fin, perdida la esperanza de volver a su patria le llevará en Sacrificio a quemarla, igual que quema un espejo y todo lo que ello significa en la película que ahora comentamos. Rompe así con sus raíces; detectada la enfermedad que le produjo la muerte, su mujer que acudió a Suecia para ayudarle, no pudo reunir a sus hijos, y sólo ya en los últimos momentos, las autoridades soviéticas concedieron el permiso a su hijo, Andriushka, para que estuviera con su padre en las postrimerías de su vida.
Es patente la influencia que dejó en él su paso por Italia, con constantes referencias al arte renacentista y especialmente a Leonardo da Vinci. En sus obras abundan planos de detalle que son auténticos bodegones de gusto italianizante. Tarros de cristal llenos de leche, tanto en la casa del médico de El espejo, cuya mujer es interpretada por la esposa de Tarkovski, L.Tarkovskaia, como en la más lujosa de Sacrificio; el caro líquido se derrama ante los ojos hambrientos de Ignat, de pies descalzos.
Como decía Bergman, Tarkovsky hace travellings en todas las escenas, no tiene la cámara quieta un minuto, técnica imitada por autores actuales como Lars Von Trier, que le dedica su última película, Anticristo. Pero en el director ruso se convierte en auténticos planos- secuencia que integran el interior, escasamente iluminado, con el exterior en el que eclosiona una brillante naturaleza, que en ocasiones se convierte en una grisácea amenaza. En muchas ocasiones ese travelling nos conduce, como por un túnel inquietante, al mundo de los recuerdos, los sueños, que en él, según afirma su mujer, no tiene carácter simbólico, aunque los colores se cargan de significado y se van degradando hasta quedar reducidos a un binomio blanco-negro que evoca su estado de ánimo.
Los interiores de las casas marcan la decadencia de un régimen, desde las confortables de madera, sencillas pero agradables, hasta las residencias urbanas, que conservan algo de su pasado noble en sus paredes desconchadas y en unas cortinas que parecen colgajos; la ausencia o escasez de muebles, aunque nunca falta un armario de luna, aumenta esa sensación de frialdad y vacío de un sistema que había parado su locomotora y empezaba a desvencijarse. En la pared de la casa de Alexei cuelga un cartel de Andrei Rublev, autorreferencia de su propio cine.
Para todos nosotros, no sólo nuestros alumnos, debe ser motivo de una profunda reflexión sobre lo que suponen las guerras y las dictaduras, que arrancan las raíces de los hombres y los lanzan a un triste exilio, produciéndoles heridas incurables. Tarkovski nunca volvió a su tierra, ni volvió a ver a su madre, a la que dedica Nostalgia. Tod@s debemos aprender esta forma de expresar y representar la realidad, no sólo para crear obras inmortales, sino para contribuir a la felicidad de los seres humanos.
El bosque. ese bosque tan amado por Tarkovski, y el agua, siempre presente en sus películas, y como elemento cohesionador del discurso la voz en off del poeta Arseni, su padre, recitando un poema propio. Todo ello ofrecido en sacrificio a su Libertad de Expresión.
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