diumenge, 6 de juny del 2010

Michael Haneke. La prepotencia de cierta burguesía ilustrada.






Hay películas que te reconcilian con su autor. Este es el caso de Caché; si en algo es genial este director es en el desvelamiento de los monstruos que genera nuestra sociedad actual y el consecuente sentimiento de culpa colectiva, que produce un profundo malestar difícil de superar. Su formación como filósofo y psicólogo le convierten en un observador penetrante del comportamiento de los grupos sociales que analiza. Sin querer ser asertiva, me parece mucho mejor cuando contempla el mundo que le rodea que cuando se lanza a terrenos ya trillados por autores como Bergman ( La cinta blanca ).

Su historia es la de un matrimonio formado por Georges (Daniel Auteuil), periodista de televisión, que dirige programas literarios, y su mujer Anne, escritora, que forman una familia ilustrada de clase media, que vive con exquisitez, rodeados de libros y películas y que se relacionan con amigos tan distinguidos como ellos . Tienen un hijo adolescente, muy pijo y reivindicativo de pequeñas libertades, que tendrán su consecuencia. Pero el peligro está fuera de este contexto, en la calle y ellos están dispuestos a" hacer cualquier cosa por no perder nada" (clave del filme para Haneke). Si lo externo es casi perfecto y muy cult, el interior es monstruoso y horrible. Esta es la contradicción: padres que han gozado de buena educación son maleducadores, mientras que gentes privadas de toda oportunidad educan muy bien a sus hijos.

La película comienza de forma inquietante, con una cámara fija en la calle, mientras se oyen las vocen en off de la pareja, que comienza a preocuparse porque han empezado a llegar sa casa unas cintas de video , que, en principio sólo muestran el exterior de la casa, donde se cuecen las amenazas; estas cintas van envueltas de unos dibujos en los que siempre hay una mancha roja, que simula la sangre. Poco a poco las películas irán mostrando más detalles que orientarán a Georges sobre el autor de estas grabaciones; su mala conciencia irá construyendo el mapa de las arrugas de su alma.

El origen del conflicto está en la casa paterna del protagonista y en la Guerra de Argel. La guerra expulsa de la masía a unos trabajadores argelinos, que fueron arrojados al Sena, junto con otras doscientas personas en un gravísimo incidente xenófobo. El hijo, un niño pequeño, vuelve a la casa y los padres de George intentan adoptarlo, pero éste no lo admite y provoca serios conflictos para que se lo lleven a un orfanato; pasados cuarenta años el argelino decide vengarse de quien le ha arruinado su juventud, y convirtiéndose en la voz de su conciencia, intenta vulnerarlo con esas cintas de vídeo. Preguntado Haneke si no es exagerada esa trama para vengar a un niño de seis años, contesta algo con lo que estoy plenamente de acuerdo: "No se trata de la culpabilidad de un niño de seis años, sino de la del hombre en que se ha convertido cuando vuelve a encontrar al que ofendió entónces. De hecho, se comporta otra vez como un cabrón, a pesar de tener una elección moral". De hecho un hombre de cultura no puede escudarse en ningún tipo de ignorancia. El extremo de su prepotencia, egoísmo y mala fe se ejemplifica una noche, en que su hijo Pierrot, superficial y educado permisivamente, no acude a pernoctar a casa y no avisa a nadie. El matrimonio acude a la policía, se personan en casa del argelino, que vive con su hijo, y detienen a ambos bajo la acusación de secuestro; cuando aparece el niño, todos contentos, nadie piensa en los dos pobres encarcelados.

El epílogo de la película es muy perturbador y preocupante: una cámara fija se coloca ante el colegio de Pierrot, y observa la salida del centro de profesores y estudiantes en un largo plano-secuencia, al final del cual comienzan a emerger los títulos de crédito. Es entonces cuando empiezas a fijarte en lo que está sucediendo: el hijo del argelino, tras suicidarse su padre ante las cámaras, en presencia de Georges, se acerca al niño y habla con él un rato, sin que oigamos lo que dice. Después cada uno se va por un lado. ¿?

Es evidente que Haneke conoce muy bien a este grupo social, autocomplaciente, dañino y que pisa muchos callos. Pero, a veces, el daño tiene sus consecuencias, que el autor no aclara. Hasta el final del filme la víctima es la de siempre, el débil emigrante desempoderado, pero deja abierta una puerta muy inquietante, pues el niño es más débil e ingenuo que el muchacho lleno de rabia y rencor, la bestia que ha engendrado su propio padre. Se le la tachado de sádico, creo que no es así; todos estamos muy seguros en nuestros hogares, pero hemos de salir a la calle, donde se tejen todas las conspiraciones, y el simple hecho de sentirnos observados nos quita todo el poder.

Haneke también ha puesto delante del espejo a esta burguesía complaciente y segura de sí misma, como lo hizo en Funny Games, en la que unos jóvenes aristócratas, de esos que todos dejarían entrar en sus casas, son unos asesinos locos y sádicos. A muchos no les ha gustado el reflejo y le acusan de vacio y superificial. También se ha dicho que esta película es un remake de Carretera perdida de David Lynch, y, aunque es cierto que tiene un comienzo muy parecido la intención es bien diferente. Haneke denuncia la insensibilidad de una clase que posee una vida cómoda, dinero y cultura frente a los que carecen de todo, introduciendo cuñas televisivas de la guerra de Irak, que enlaza con la batalla de Argel, mostrando siempre las mismas víctimas; la muerte filmada que se introduce en los hogares, del mismo modo que la muerte del argelino entra en el cómodo contexto de Georges.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada

Gràcies per deixar-nos el teu comentari.