Jane Campion es una cineasta neozelandesa muy bien tratada por la crítica y muy galardonada en su corta filmografía. Fue la segunda mujer nominada a los Oscars, y el film que analizamos, El Piano(1993) recibió premios a la mejor actriz principal y secundaria (Oscar 1993), Palma de Oro en Cannes a la mejor actriz (1993), Globo de Oro a la mejor actriz (1994) y premio César (1994) a la mejor película extranjera. El film ha sido calificado de diversas maneras: drama romático, drama gótico-romántico...
La cinta, debido a su éxito, ha atraido la atención de todos los que se interesan por la teoría fílmica femenina, y aunque Noël Burch niegue que exista un modo de representación propio de un género, yo creo que sí se pueden modificar los iconos femeninos. Pero si el cine clásico alinea la representación de la feminidad con la reproducción y la pasividad, según Laura Mulvey, podemos concluir que el film no se aparta demasiado del M.R.I., como dice Jacques Aumont, y por lo tanto no transgrede de ningún modo lo convencional; si, por el contrario, pretende la destrucción del placer visual, sí lo consigue. Ahora bien, en el ámbito de la teoría fílmica femenina también se han producido reacciones al trabajo de Laura Mulvey: Amelia Jones sostiene que la retórica anti-placer es profundamente elitista.
En el film vemos algunos planos de detalle muy particulares, como abanicos en primerísimo primer plano, tazas de té, y paisajes muy estéticos, no exclusivos de la mirada femenina, aunque algunos lo podrían ver así; la mujer, carente de sermiradaidad (Laura Mulvey, Placer visual y narrativo), es extremadamente fría, y no se llega a ella a través de los sentidos, ni de los impulsos escópicos, sino de un arma espiritual: su virtuosismo con el piano, instrumento a través del cual se comunica con los demás desde pequeña, en lo que ha puesto su más férrea voluntad y el más duro control sobre sí misma. Si el personaje femenino está condenado a la inmovilidad, la impotencia y la espera, y la mejor vía para reincorporarse al establishment es el amor, nadie puede negar que ésto es precisamente lo que ocurre en la película.
Como efectos de distanciamiento sentimental la realizadora usa el vestido y el peinado, que son como un muro, una pantalla, entre su personaje femenino y el placer de la mirada. Su indumentaria es como una coraza rígida que impide todo tipo de acercamiento físico y deseo sexual, incluso sirve de refugio en la playa para las dos mujeres, ella y su hija; el peinado, un tejido complicado de moños y trenzas acoplados a su cara, a los que se sobreimpone un sombrero contribuyen a ese efecto de extrañamiento y repliegue sobre sí misma; no precisa máscara porque su cara, repetidamente en primer plano, es absolutamente impenetrable; este hieratismo sumerge al marido en un mal sueño, del que quiere despertar, desconcertado ante una mujer tan extraña y tan fuerte. Constantemente se mira al espejo, pero su imagen reflejada refuerza la misma frialdad y alejamiento que su gesto habitual, profundamente impenetrable. Siempre acompañada de su hija, que le sirve de puente con los demás; ambas son mujeres perversas, nada sumisas, pero a la vez negociables y contradictorias, como se verá.
Ella ha estado casada, y, tras la muerte de su marido. concierta un matrimonio con un colono de Nueva Zelanda, de origen inglés, pero su hija la ha tenido con su profesor de piano, con el que no se ha casado, según comenta con ella. Pero yo creo que la directora falla en su intento de hacer un film dirigido a una espectadora femenina. Hay varias cosas que me chirrían. Si el modo de integración de la mujer en el modo de representación convencional es el amor, esto es lo que ocurre en el film, pero la via del enamoramiento no sólo produce displacer, sino también rechazo. Baines, de origen inglés, que buscando una cultura alternativa, se refugia en Zueva Zelanda y se integra con los maories (incluso se tatúa la cara ), atrapado al oir de nuevo un piano, un Broadwood, muy apreciado entre los británicos, abandonado en la playa por el marido, llega a un acuerdo con Ada: lo llevará a su casa y se lo devolverá si ella deja se deja manosear mientras lo toca y se pliega a la mirada escoptofílicia y voyeurista del hombre. Cada uno tiene su forma de materializar el deseo, pero la de él me parece repugnante y esclavizadora; el mismo mantiene que esta relación la convierte a ella en una 'prostituta y a él en un miserable. Sin embargo con este procedimiento despierta en la mujer el deseo. Me parece tan abominable y detestable, si no más, que un hombre utilice su poder y su fuerza para conseguir satisfacer su deseo, que la zafiedad y rudeza del marido, que, a pesar de Jane Campion, no sólo consigue cierto grado de complicidad con el espectador, sino atrae la de su propia hija, hasta ese momento fiel aliada de la madre, que desencadenará la tragedia. Madre e hija son mujeres perversas, pero negociables, como muestra el film.
Ada será mutilada por su marido (le corta un dedo), que ha descubierto el affaire con Baine, acto que viene precedido de la mutilación del piano, cuando la mujer arranca una de sus teclas para enviarle un mensaje de amor a su amante (valga la redundancia); pero la hija, dolida porque ha sido apartada de su madre, con la que incluso duerme en la misma cama (otro muro levantado ante el marido) por la relación sentimental de ésta, la denuncia ante el esposo e indirectamente provoca la brutal agresión física hacia su progenitora, tomando partido, por despecho, por el hombre. No habrá segunda vez, porque él tiene miedo de lo que puede llegar a hacer, aunque atriuya estos pensamientos a su esposa.
La película muestra que es difícil construir un modo de representación alternativo, pues si bien la mujer no produce el impulso escópico ni de los personajes ni de los espectadores, sino una rara atracción ante lo alejado y distante, por otro tiene un final muy convencional: la protagonista se salva gracias al amor, romántico- por-supuesto, de un hombre, por el que se despoja de todas sus máscaras e incluso rompe el muro de rebeldía que había levantado entre ella y el mundo masculino, y empieza a hablar ( el espectador oye por primera vez sus monólogos internos, hasta ese momento traducidos por la voz y el lenguaje para mudos de la niña) e incluso, poseyendo una voluntad tan férrea que puede decidir el día de su muerte, cuando cae al agua con el piano, decide vivir por Baine. Las imágenes submarinas esconden, tras sus antiguos vestidos, que son los que mueren, el rostro de la nueva mujer.
Todo esto se produce ante la mirada inocente y mucho menos sofisticada de los maoríes, que no comprenden la crueldad de los occidentales (representación de Barba Azul con el procedimiento de las figuras chinas), que se sorprenden ante la presencia de un instrumento complejo que produce extrañas escalas, y observan con expectación las complejidades del ars amatoria de los 'civilizados'. Baines, aunque parece el más integrado con los indígenas, e incluso convive con ellos, no duda en engañarlos en lo que más importa, los intercambios comerciales, en los que hace de mediador con Stewart, marido de Ada; ambos practican estrategias de engaño, intentando cambiar mantas sin valor por tierras, en las que reposan los antepasados maoríes. Para muchos sólo Stewart simboliza la cultura dominante; para mí ambos son símbolos de la cultura patriarcal: uno le corta un dedo, el otro le hace añicos sus defensas, usando el amor romántico o el mal amor, como le llama Maite Sarrió Catalá.
Noël Burch afirma en 1987, que:" Desde hace varios años era evidente para ciertos críticos(...) que en materia de representación, todo efecto de' alienación' era necesariamente esclarecedor, liberador, que todo lo que minaba el carácter 'enfático' del progreso diegético era progresista".Este argumento le parece, como a Amelia Jones, profundamente elitista; yo hablaría de resultado fallido en la película que nos ocupa, pues igual que el niño descubre sus primeros impulsos escópicos, mediante el descubrimiento progresivo de fragmentos del cuerpo de su madre, el personaje masculino al ir destruyendo la coraza que cubre a la mujer en cada sesión va generando en ella e incrementando su deseo sexual primario. Cuando al final vemos el cuerpo de ella totalmente liberado, adquiere la cualidad de sermiradaidad, destinada a la satisfacción del placer institucional del espectador masculino, de que habla Laura Mulvey, incrementado por la dilatación temporal en la consecución del deseo.
No sé si hubo buenas intenciones, en la realizadora, sí que no alcanzó plenamente el objetivo de un modo de representación alternativo dirigido a las mujeres.
La cinta, debido a su éxito, ha atraido la atención de todos los que se interesan por la teoría fílmica femenina, y aunque Noël Burch niegue que exista un modo de representación propio de un género, yo creo que sí se pueden modificar los iconos femeninos. Pero si el cine clásico alinea la representación de la feminidad con la reproducción y la pasividad, según Laura Mulvey, podemos concluir que el film no se aparta demasiado del M.R.I., como dice Jacques Aumont, y por lo tanto no transgrede de ningún modo lo convencional; si, por el contrario, pretende la destrucción del placer visual, sí lo consigue. Ahora bien, en el ámbito de la teoría fílmica femenina también se han producido reacciones al trabajo de Laura Mulvey: Amelia Jones sostiene que la retórica anti-placer es profundamente elitista.
En el film vemos algunos planos de detalle muy particulares, como abanicos en primerísimo primer plano, tazas de té, y paisajes muy estéticos, no exclusivos de la mirada femenina, aunque algunos lo podrían ver así; la mujer, carente de sermiradaidad (Laura Mulvey, Placer visual y narrativo), es extremadamente fría, y no se llega a ella a través de los sentidos, ni de los impulsos escópicos, sino de un arma espiritual: su virtuosismo con el piano, instrumento a través del cual se comunica con los demás desde pequeña, en lo que ha puesto su más férrea voluntad y el más duro control sobre sí misma. Si el personaje femenino está condenado a la inmovilidad, la impotencia y la espera, y la mejor vía para reincorporarse al establishment es el amor, nadie puede negar que ésto es precisamente lo que ocurre en la película.
Como efectos de distanciamiento sentimental la realizadora usa el vestido y el peinado, que son como un muro, una pantalla, entre su personaje femenino y el placer de la mirada. Su indumentaria es como una coraza rígida que impide todo tipo de acercamiento físico y deseo sexual, incluso sirve de refugio en la playa para las dos mujeres, ella y su hija; el peinado, un tejido complicado de moños y trenzas acoplados a su cara, a los que se sobreimpone un sombrero contribuyen a ese efecto de extrañamiento y repliegue sobre sí misma; no precisa máscara porque su cara, repetidamente en primer plano, es absolutamente impenetrable; este hieratismo sumerge al marido en un mal sueño, del que quiere despertar, desconcertado ante una mujer tan extraña y tan fuerte. Constantemente se mira al espejo, pero su imagen reflejada refuerza la misma frialdad y alejamiento que su gesto habitual, profundamente impenetrable. Siempre acompañada de su hija, que le sirve de puente con los demás; ambas son mujeres perversas, nada sumisas, pero a la vez negociables y contradictorias, como se verá.
Ella ha estado casada, y, tras la muerte de su marido. concierta un matrimonio con un colono de Nueva Zelanda, de origen inglés, pero su hija la ha tenido con su profesor de piano, con el que no se ha casado, según comenta con ella. Pero yo creo que la directora falla en su intento de hacer un film dirigido a una espectadora femenina. Hay varias cosas que me chirrían. Si el modo de integración de la mujer en el modo de representación convencional es el amor, esto es lo que ocurre en el film, pero la via del enamoramiento no sólo produce displacer, sino también rechazo. Baines, de origen inglés, que buscando una cultura alternativa, se refugia en Zueva Zelanda y se integra con los maories (incluso se tatúa la cara ), atrapado al oir de nuevo un piano, un Broadwood, muy apreciado entre los británicos, abandonado en la playa por el marido, llega a un acuerdo con Ada: lo llevará a su casa y se lo devolverá si ella deja se deja manosear mientras lo toca y se pliega a la mirada escoptofílicia y voyeurista del hombre. Cada uno tiene su forma de materializar el deseo, pero la de él me parece repugnante y esclavizadora; el mismo mantiene que esta relación la convierte a ella en una 'prostituta y a él en un miserable. Sin embargo con este procedimiento despierta en la mujer el deseo. Me parece tan abominable y detestable, si no más, que un hombre utilice su poder y su fuerza para conseguir satisfacer su deseo, que la zafiedad y rudeza del marido, que, a pesar de Jane Campion, no sólo consigue cierto grado de complicidad con el espectador, sino atrae la de su propia hija, hasta ese momento fiel aliada de la madre, que desencadenará la tragedia. Madre e hija son mujeres perversas, pero negociables, como muestra el film.
Ada será mutilada por su marido (le corta un dedo), que ha descubierto el affaire con Baine, acto que viene precedido de la mutilación del piano, cuando la mujer arranca una de sus teclas para enviarle un mensaje de amor a su amante (valga la redundancia); pero la hija, dolida porque ha sido apartada de su madre, con la que incluso duerme en la misma cama (otro muro levantado ante el marido) por la relación sentimental de ésta, la denuncia ante el esposo e indirectamente provoca la brutal agresión física hacia su progenitora, tomando partido, por despecho, por el hombre. No habrá segunda vez, porque él tiene miedo de lo que puede llegar a hacer, aunque atriuya estos pensamientos a su esposa.
La película muestra que es difícil construir un modo de representación alternativo, pues si bien la mujer no produce el impulso escópico ni de los personajes ni de los espectadores, sino una rara atracción ante lo alejado y distante, por otro tiene un final muy convencional: la protagonista se salva gracias al amor, romántico- por-supuesto, de un hombre, por el que se despoja de todas sus máscaras e incluso rompe el muro de rebeldía que había levantado entre ella y el mundo masculino, y empieza a hablar ( el espectador oye por primera vez sus monólogos internos, hasta ese momento traducidos por la voz y el lenguaje para mudos de la niña) e incluso, poseyendo una voluntad tan férrea que puede decidir el día de su muerte, cuando cae al agua con el piano, decide vivir por Baine. Las imágenes submarinas esconden, tras sus antiguos vestidos, que son los que mueren, el rostro de la nueva mujer.
Todo esto se produce ante la mirada inocente y mucho menos sofisticada de los maoríes, que no comprenden la crueldad de los occidentales (representación de Barba Azul con el procedimiento de las figuras chinas), que se sorprenden ante la presencia de un instrumento complejo que produce extrañas escalas, y observan con expectación las complejidades del ars amatoria de los 'civilizados'. Baines, aunque parece el más integrado con los indígenas, e incluso convive con ellos, no duda en engañarlos en lo que más importa, los intercambios comerciales, en los que hace de mediador con Stewart, marido de Ada; ambos practican estrategias de engaño, intentando cambiar mantas sin valor por tierras, en las que reposan los antepasados maoríes. Para muchos sólo Stewart simboliza la cultura dominante; para mí ambos son símbolos de la cultura patriarcal: uno le corta un dedo, el otro le hace añicos sus defensas, usando el amor romántico o el mal amor, como le llama Maite Sarrió Catalá.
Noël Burch afirma en 1987, que:" Desde hace varios años era evidente para ciertos críticos(...) que en materia de representación, todo efecto de' alienación' era necesariamente esclarecedor, liberador, que todo lo que minaba el carácter 'enfático' del progreso diegético era progresista".Este argumento le parece, como a Amelia Jones, profundamente elitista; yo hablaría de resultado fallido en la película que nos ocupa, pues igual que el niño descubre sus primeros impulsos escópicos, mediante el descubrimiento progresivo de fragmentos del cuerpo de su madre, el personaje masculino al ir destruyendo la coraza que cubre a la mujer en cada sesión va generando en ella e incrementando su deseo sexual primario. Cuando al final vemos el cuerpo de ella totalmente liberado, adquiere la cualidad de sermiradaidad, destinada a la satisfacción del placer institucional del espectador masculino, de que habla Laura Mulvey, incrementado por la dilatación temporal en la consecución del deseo.
No sé si hubo buenas intenciones, en la realizadora, sí que no alcanzó plenamente el objetivo de un modo de representación alternativo dirigido a las mujeres.
Propuestas didácticas:
Propongo a los alumnos de segundo de bachillerato que visionen este film e intenten exponer los sentimientos que les ha sugerido esta mujer, y si los comparten.
¿Se enamorarían de un hombre que usara los mismos procedimientos que Baine? ¿Ha elegido un hombre poco atractivo físicamente para incrementar el rechazo?
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada
Gràcies per deixar-nos el teu comentari.