Como ya saben nuestros alumnos y los seguidores de este blog existe un debate entre intelectuales y pseudo intelectuales defensores del cine de autor que intenta tranformar el mundo mediante la reflexión, y el cine de género, especialmente norteamericano, que algunos consideran que falsea la realidad. (un realizador de snuff movies lincluye esta reflexión en la diégesis de la película) . Pero grandes cineastas han militado en ambos campos, e incluso François Truffaut, teórico de la política de autor desde la revista Cahiers du Cinema, fundada por Bazin, entre otros, trabajó como actor con Steven Spielberg en Encuentros en la tercera fase y fue el máximo reivindicador de Hitchcock. considerado un producto mainstream en Norteamérica. John Carpenter sostiene que el género de miedo, terror o ficción representa algo universal, presente en todas las culturas: la ansiedad que provoca el miedo a la muerte, a perder a los seres queridos, nuestra propia identidad, a quedar desfigurados. Esto es lo que, en uno u otro cine, el director transmite a su público; pero es una tontería, según Carpenter, pensar que un autor puede cambiar el mundo con sus ideas, aunque sí puede modificar la visión de la realidad del espectador.
Ahora, John Carpenter, autor de La cosa o de 1997: Escape from New York, entre otras obras de culto, salta a la palestra con una gamberrada en defensa del cine de género y un ataque escatológico al cine de aquellos que quieren transformar el mundo. En El fin del mundo en 35 mm ( formato de cine europeo), narra una historia de un film La fin absolute du monde (título original de la cinta, protagonista de la película, rodada en blanco y negro ), que en su presentación en el Festival de Cine de Terror de Sitges dio lugar a una masacre entre sus asistentes. El autor, un tal Backovic, pretende influir en su público con snuff movies, que representan en la pantalla auténticos asesinatos, y en el colmo de lo escatológico, en ella se viola, se masacra y se cortan las alas a un auténtico ángel; los espectadores, que somos todos nosotros, llevan siempre en su conciencia el peso de antiguos pecados capitales, esos monstruos de los que hablamos constantemente; ante la vista del filme tienden/tendemos a autoagredirnos de la forma más salvajes. Realizadores, equipo de producción y actores desprecian al cine que se hace en Hollywood, que edulcora la vida y la deforma intencionadamente.
El protagonista,Kirby Sweetman, ex-adicto a la heroína, dueño de una sala de cine en bancarrota, también lleva sobre su conciencia el suicidio de su novia, camarada en los excesos, cuyo estado de salud mental no había sabido prever. Pero John Carpenter conduce el argumento a la extravagancia y el esperpento, cuando el hecho sólo de acercarse o tocar la cinta convierte al sujeto en un asesino en potencia y un suicida. Según el propio director el resultado es lúgubre y cínico.
Es un poco loco que un director, que también hace cine de autor, lleve a tales extremos su ataque al cine europeo. Pero, como hemos visto en múltiple socasiones los defensores del cine de género también han sufrido agresiones psíquicas que les arrastran a defensas neuróticas de algo que les produce satisfacción y les gusta. Con esto debía bastar.
A través de esta reflexión damos un paso más en el conocimiento de las pasiones que desgarran al séptimo arte, en un lado y otro del Atlántico. Nosotr@s no tenemos ningún prejuicio ante un cine u otro, porque todos, incluso en las peores de sus realizaciones, contribuyen a comprender mejor el mundo en que vivimos.
La leyenda dice que Hans Backovic existió, y que durante su representación en el Festival de Sitges se quemó el proyector, acusándose al director de haber usado material inflmable; tiempo después el autor se suicidó. Algunos afirman haberla visto, nadie seba donde está, y otros dicen que la buscan sectas satánicas. En 2005 Carpenter, invitado a la serie de televisión norteamericana Mestros del horror, produjo un capítulo que llamó Cigarette Burns (quemadura de cigarro), que ahora se presenta como film autónomo con el nombre ya citado. Muchos la rechazarán de plano, otros se sentirán atraidos por las imágenes escatológicas y muy provocadoras. Fue rodado en Vancouver, donde teóricamente vive la viuda de Backovic y queda ahí para mayores de dieciocho años.
Ahora, John Carpenter, autor de La cosa o de 1997: Escape from New York, entre otras obras de culto, salta a la palestra con una gamberrada en defensa del cine de género y un ataque escatológico al cine de aquellos que quieren transformar el mundo. En El fin del mundo en 35 mm ( formato de cine europeo), narra una historia de un film La fin absolute du monde (título original de la cinta, protagonista de la película, rodada en blanco y negro ), que en su presentación en el Festival de Cine de Terror de Sitges dio lugar a una masacre entre sus asistentes. El autor, un tal Backovic, pretende influir en su público con snuff movies, que representan en la pantalla auténticos asesinatos, y en el colmo de lo escatológico, en ella se viola, se masacra y se cortan las alas a un auténtico ángel; los espectadores, que somos todos nosotros, llevan siempre en su conciencia el peso de antiguos pecados capitales, esos monstruos de los que hablamos constantemente; ante la vista del filme tienden/tendemos a autoagredirnos de la forma más salvajes. Realizadores, equipo de producción y actores desprecian al cine que se hace en Hollywood, que edulcora la vida y la deforma intencionadamente.
El protagonista,Kirby Sweetman, ex-adicto a la heroína, dueño de una sala de cine en bancarrota, también lleva sobre su conciencia el suicidio de su novia, camarada en los excesos, cuyo estado de salud mental no había sabido prever. Pero John Carpenter conduce el argumento a la extravagancia y el esperpento, cuando el hecho sólo de acercarse o tocar la cinta convierte al sujeto en un asesino en potencia y un suicida. Según el propio director el resultado es lúgubre y cínico.
Es un poco loco que un director, que también hace cine de autor, lleve a tales extremos su ataque al cine europeo. Pero, como hemos visto en múltiple socasiones los defensores del cine de género también han sufrido agresiones psíquicas que les arrastran a defensas neuróticas de algo que les produce satisfacción y les gusta. Con esto debía bastar.
A través de esta reflexión damos un paso más en el conocimiento de las pasiones que desgarran al séptimo arte, en un lado y otro del Atlántico. Nosotr@s no tenemos ningún prejuicio ante un cine u otro, porque todos, incluso en las peores de sus realizaciones, contribuyen a comprender mejor el mundo en que vivimos.
La leyenda dice que Hans Backovic existió, y que durante su representación en el Festival de Sitges se quemó el proyector, acusándose al director de haber usado material inflmable; tiempo después el autor se suicidó. Algunos afirman haberla visto, nadie seba donde está, y otros dicen que la buscan sectas satánicas. En 2005 Carpenter, invitado a la serie de televisión norteamericana Mestros del horror, produjo un capítulo que llamó Cigarette Burns (quemadura de cigarro), que ahora se presenta como film autónomo con el nombre ya citado. Muchos la rechazarán de plano, otros se sentirán atraidos por las imágenes escatológicas y muy provocadoras. Fue rodado en Vancouver, donde teóricamente vive la viuda de Backovic y queda ahí para mayores de dieciocho años.
En el colmo del paroxismo, Ballinger, un millonario coleccionista de películas extremas y duras, realiza un film con sus propias tripas. No era preciso explicitarlo. Pero se consideró necesario ese alejamiento del espectador, que le arrastra a taparse la cara, no querer ver, que le obliga a implicarse.
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