En la construcción de la diégesis fílmica juega un papel primordial la experiencia del espectador y es ahí precisamente donde reside su poder. Uno de los vicios humanos es elevar a categoría universal, a dogma, su particular visión del mundo despreciando de paso la de los demás. He tenido una extraña sensación al leer el artículo de Gregorio Belinchón, Lone Scherfig, la pulidora de la joya 'An education', que entre otros datos de escaso interés para el espectador afirma que: " ... es un rayo de luz que probablemente acabe sepultado entre los tiros de Mel Gibson, los cabreos de Harrison Ford o cualquier otro taquillazo". Da la impresión de que el fracaso de público sea un mérito en sí mismo, cuando todos los realizadores buscan justamente lo contrario.
Lone Scherfig es la única mujer representante del movimiento Dogma 95, expresión artística ya abandonada por sus iniciadores Lars Von Trier o Thomas Vinterberg, en el que por lo menos militaba cuando en el año 2000 hizo Italiano para principiantes, película ñoña cuyo único mérito parece ser haber sido rodada cámara en mano (muy bien sujeta por cierto) y con luz 'natural'. Fríos daneses (ese es el vínculo entre todos ellos), sin calidez ni altibajos, cuya vía de escape consiste en aprender italiano y hacer un viaje a Venecia. Nada que ver con la mejor producción de este intento de renovación anticapitalista del cine danés, Celebración de Vinterberg. La Nouvelle Vague hizo cine con pocos recursos por auténtico imperativo económico, dejando auténticas obras maestras.
Pero vamos a An education, Cada cual puede verse motivado para lanzarse a la calle a vivir, ir a buenos restaurantes, viajar, vivir, saborear la sensualidad...Pero probablemente, a la hora de interpretar, la perspectiva de un hombre y una mujer es distinta. Desde el momento en que aparece en escena David (Peter Sarsgaard) algo huele a podrido en Dinamarca, sensación que te acompaña hasta un final más que nunca previsible. Todos los personajes son en cierta medida miserables, desde los padres que aspiran a que su retoña Jenny (Carey Mulligan) vaya a estudiar a la Universidad de Oxford, pero que cuando ven en el horizonte a un futuro yerno rico se ablandan sus sentimientos ( no preguntes de donde viene el dinero, ¡es dinero! ), hasta la niña que vive con mucho más entusiasmo sus salidas a conciertos, restaurantes caros, clubes, viajes a Paris...que el pasar horas aburridas estudiando latín, y a la vez no le importa que él obtenga sus enormes réditos extorsionando a pobres viejas, a las que les mete emigrantes en sus casas para obligarlas a vender barato, o que se cobren con obras de arte las deudas. Con estos beneficios pagará los caprichos de la niña que se convierte en una heroína para sus desempoderadas compañeras, a las que trae regalos caros de París.
Las mujeres, especialmente las profesoras, aparecen como Cruela de Vil, amargadas, su alter ego desagradable que le recuerdan que sólo una mujer es independiente si tiene el futuro asegurado; la madre, la pobre, invita a un joven compañero para compensar la balanza y queda capitidisminuido con su regalo de un diccionario de latin frente al rey mago cargado de elegantes cajas. Su progenitora recuerda el chiste de Forges en el que la mujer dice al marido: "No me sacas nunca de casa", y el contesta "Ayer bajamos juntos la basura".
Al contrario de lo que le ocurre a Belinchón, en ningún momento he sentido el más mínimo amor o simpatía por el protagonista, que juega con ventaja, empoderado, deslumbrando a una adolescente y escondiendo, a luces vistas, un oscuro secreto. Al final ella reconocerá que las 'malas' estaban en lo cierto, que no vivían tan mal y que habían logrado una vida acomodada con su solo esfuerzo. Estudiará en Oxford.
La novia del socio de David es la mujer 'florero' sin concesiones: guapa, elegante, con savoir faire, los conocimientos suficientes para moverse en un mundo artificial y muy paternalista con Jenny, pero ignorante y paleta como ella sola. Un cliché, dotado de sermiradaidad de la que carece la protagonista, sencillamente porque es una niña, francamente monstruosa cuando adopta formas de mujer.
Si lo que quería la directora era dar caña a los hombres (incluido el acomodaticio moral y físico padre) lo ha conseguido, sin pulir la joya sino presentando el diamante en bruto. Es una chica corriente con los problemas corrientes de una adolescente abordada por una asaltacunas sin escrúpulos, como al final se verá.
Happy end, en una Inglaterra de los años 60, sin escuelas mixtas, en las que a las 'señoritas' se las educaba para andar derechas, (mirando al cielo), cocinar, tocar un instrumento y formarse bien para cazar a un buen marido.
Vivimos en una época de revisionismo de valores y superficialidad, y, tras ver las entrevistas con la directora no acabamos de ver qué quiere comunicar, pero nuestro poder como espectador@s reside en mirar, reflexionar y sacar nuestras conclusiones.
Roma dixit.
Lone Scherfig es la única mujer representante del movimiento Dogma 95, expresión artística ya abandonada por sus iniciadores Lars Von Trier o Thomas Vinterberg, en el que por lo menos militaba cuando en el año 2000 hizo Italiano para principiantes, película ñoña cuyo único mérito parece ser haber sido rodada cámara en mano (muy bien sujeta por cierto) y con luz 'natural'. Fríos daneses (ese es el vínculo entre todos ellos), sin calidez ni altibajos, cuya vía de escape consiste en aprender italiano y hacer un viaje a Venecia. Nada que ver con la mejor producción de este intento de renovación anticapitalista del cine danés, Celebración de Vinterberg. La Nouvelle Vague hizo cine con pocos recursos por auténtico imperativo económico, dejando auténticas obras maestras.
Pero vamos a An education, Cada cual puede verse motivado para lanzarse a la calle a vivir, ir a buenos restaurantes, viajar, vivir, saborear la sensualidad...Pero probablemente, a la hora de interpretar, la perspectiva de un hombre y una mujer es distinta. Desde el momento en que aparece en escena David (Peter Sarsgaard) algo huele a podrido en Dinamarca, sensación que te acompaña hasta un final más que nunca previsible. Todos los personajes son en cierta medida miserables, desde los padres que aspiran a que su retoña Jenny (Carey Mulligan) vaya a estudiar a la Universidad de Oxford, pero que cuando ven en el horizonte a un futuro yerno rico se ablandan sus sentimientos ( no preguntes de donde viene el dinero, ¡es dinero! ), hasta la niña que vive con mucho más entusiasmo sus salidas a conciertos, restaurantes caros, clubes, viajes a Paris...que el pasar horas aburridas estudiando latín, y a la vez no le importa que él obtenga sus enormes réditos extorsionando a pobres viejas, a las que les mete emigrantes en sus casas para obligarlas a vender barato, o que se cobren con obras de arte las deudas. Con estos beneficios pagará los caprichos de la niña que se convierte en una heroína para sus desempoderadas compañeras, a las que trae regalos caros de París.
Las mujeres, especialmente las profesoras, aparecen como Cruela de Vil, amargadas, su alter ego desagradable que le recuerdan que sólo una mujer es independiente si tiene el futuro asegurado; la madre, la pobre, invita a un joven compañero para compensar la balanza y queda capitidisminuido con su regalo de un diccionario de latin frente al rey mago cargado de elegantes cajas. Su progenitora recuerda el chiste de Forges en el que la mujer dice al marido: "No me sacas nunca de casa", y el contesta "Ayer bajamos juntos la basura".
Al contrario de lo que le ocurre a Belinchón, en ningún momento he sentido el más mínimo amor o simpatía por el protagonista, que juega con ventaja, empoderado, deslumbrando a una adolescente y escondiendo, a luces vistas, un oscuro secreto. Al final ella reconocerá que las 'malas' estaban en lo cierto, que no vivían tan mal y que habían logrado una vida acomodada con su solo esfuerzo. Estudiará en Oxford.
La novia del socio de David es la mujer 'florero' sin concesiones: guapa, elegante, con savoir faire, los conocimientos suficientes para moverse en un mundo artificial y muy paternalista con Jenny, pero ignorante y paleta como ella sola. Un cliché, dotado de sermiradaidad de la que carece la protagonista, sencillamente porque es una niña, francamente monstruosa cuando adopta formas de mujer.
Si lo que quería la directora era dar caña a los hombres (incluido el acomodaticio moral y físico padre) lo ha conseguido, sin pulir la joya sino presentando el diamante en bruto. Es una chica corriente con los problemas corrientes de una adolescente abordada por una asaltacunas sin escrúpulos, como al final se verá.
Happy end, en una Inglaterra de los años 60, sin escuelas mixtas, en las que a las 'señoritas' se las educaba para andar derechas, (mirando al cielo), cocinar, tocar un instrumento y formarse bien para cazar a un buen marido.
Vivimos en una época de revisionismo de valores y superficialidad, y, tras ver las entrevistas con la directora no acabamos de ver qué quiere comunicar, pero nuestro poder como espectador@s reside en mirar, reflexionar y sacar nuestras conclusiones.
Roma dixit.
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