Rosa Montero no hace ningún trabajo de investigación, pues se basa en los libros biográficos que existen en el mercado. Pero casi siempre consigue llamar la atención, subrayar con intencionalidad algún aspecto especialmente elocuente de las vidas de mujeres célebres que somete a revisión en este libro.
De su mano comprendemos de un plumazo la victoriana obsesión por la estabilidad de Agatha Christie, la pasión por el trabajo de la antropóloga Margaret Mead, la atormentadora perversidad de Laura Riding (poeta y compa era de Robert Graves), la magalomanía de Simone de Beauvoir o la laboriosidad contracorriente de las hermanas Bronté. Conocemos a la extraña aventurera Isabelle Eberhardt, a la mecenas británica Lady Ottoline Morrell o a la pionera feminista Mary Wollstonecraft.
Quizá las palabras más cálidas las dedica a desmitificar la hasta ahora perfecta historia de fidelidad y amor de Zenobia Camprubi hacia el poeta Juan Ramón Jiménez. Montero bucea en los diarios de la musa del poeta español, en frases como "no tiene sentido que me sacrifique en balde por el egoismo de J.R.", para descubrir la tiránica dependencia que tuvo la vida de esta mujer de las manías, caprichos y extravagancias del escritor onubense.
También tiene algo especial el capítulo dedicado al clamoroso caso de injusticia tolerada que es la vida de María Lejárraga, que se pasó la vida escribiendo novelas, obras teatrales y libretos de zarzuelas de éxito que luego firmaba su marido Gregorio Martínez Sierra, quien apenas colaborada en la redacción.
Otra injusticia que nos refiere este libro es la que frustró la carrera como compositora y musicóloga de Alma Mahler, víctima de la oposición y las continuas regañinas del famoso Gustave Mahler y de esa ley no escrita que, como recuerda Montero, tanto se ha aplicado y se sigue aplicando en muchas parejas: "ellos contemplando el matrimonio como una institución a su servicio, ellas como un azucarado cuento de hadas".
Para que no falten tragedias menos sordas y más sangrientas, el libro incluye la increible y triste historia de la niña prodigio española Hildegart Rodríguez y su desequilibrada madre Aurora, quien educó a su retoño para vivir en una sociedad utópica y la mató a tiros a los dieciocho años, cuando se había convertido en una destacada política de la arena republicana de los años treinta.
También trágico es el caso de la escultora Camille Claudel, hermana del escritor Paul y amante de Auguste Rodin, quienes conquistaron la gloria artística mientras ella tenía que interrumpir su carrera y hundirse en las tinieblas de un manicomio. La pintora Frida Kahlo, a cuyo caso también se refiere Montero, logró en cambio superar a duras penas el accidente que le destrozó las piernas y a costa de pasarse la vida en la cama, dejar una fascinante obra que la ha convertido en uno de los mitos del siglo XX.
Como contraste y por último, Rosa Montero incluye en esta obra una referencia a la vida desinhibida de la escritora George Sand, que vivió en una época en que a la mujer se le miraba mal a la mínima, pero a ella nunca le hicieron mella esas miradas, y supo vestir como le dio la gana y fumar y viajar y ligar y escribir todo lo que le apeteció.
Lo mejor de este tipo del perfiles biográficos es que muestran situaciones y actitudes que, como suele recordar la autora, han afectado y siguen afectando a otras muchas mujeres anónimas.
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